
Después de casi treinta años de navegar en la política, “como delfín entre tiburones”, como lo describió Jamil Mahuad, una mañana de enero de 1998 mientras caminábamos juntos por el zoológico de Quito, poco antes de ir a la presidencia de Ecuador.
Habíamos compartido siete años, durante los que hice la dirección creativa de sus campañas a la alcaldía de Quito – 1992 -, reelección -1996-, presidencia – 1998 -, y todo el proceso de comunicación de la ciudad desde el Municipio.
“Somos como delfines entre tiburones” me dijo. Y sí, fuimos un equipo que, con talento y el bien común por delante, había puesto a Quito como ciudad modelo en el continente. El primer sistema de transporte no contaminante, la primera en hacer control de contaminación vehicular, el inicio del proceso del Centro Histórico. Un gran avance en la construcción de ciudadanía e identidad con “Agosto, Mes de la Artes”, recordado, casi treinta años después, como el mejor programa cultural. Logros importantes en servicios básicos, recolección de residuos, las primeras campañas de reciclaje, etc.
Desgraciadamente, solo un año después de esa charla, los tiburones rodearon a Jamil, le llevaron a tomar decisiones que hicieron daño a mucha gente, dejando al Ecuador en una dolorosa orfandad política.
Pero la frase me quedó. Puedo decir ahora que he sido un delfín entre tiburones.
Seguí en la política, asesoré otros presidentes, alcaldes y políticos en Ecuador, Argentina, Venezuela, Perú, Honduras. Recorrí el continente dando charlas, interactuando con equipos de gobierno y aprendiendo, madurando.
Gratificaciones inmensas: la firma de la paz con Perú, el manejo estratégico de comunicación para consolidar la dolarización en el gobierno de Gustavo Noboa.
La puesta en marcha del Trole (1996) y la recuperación del Centro Histórico (2003) de Quito, ejemplos de que con creatividad y trabajo en equipo se puede lograr cambios aparentemente imposibles, siempre con el bien común por delante.
Mucho dolor a momentos, por la miseria humana de la gente que ronda los pasillos de los palacios presidenciales, operadores de grupos de interés, aplaudidores que hacen lo que sea para mantener privilegios, ausencia total de valores fundamentales para el servicio público.
Todo un viaje para un creativo y músico frustrado que aterrizó en la política de forma casual. Un aprendizaje que ahora valoro muchísimo. Que me permite proponer estas ideas, volver sobre mis sueños, sentirme, a mis sesenta y siete años, más joven que nunca, listo para dar batalla varios años más si aparece un proyecto que valga la pena, una nueva generación que muestre talento, valor y esté dispuesta a pensar la política desde el bien común.
Invitación especial a los jóvenes, millennials y centennials. Se dice que no les interesa la política, porque son individualistas y superficiales, pero yo creo que no les interesa la vieja política, corrupta y mediocre, que mira al poder como la posibilidad de repartir privilegios, de “arreglarse” la vida.
Rechazan con furia la corrupción y la impunidad.
Les duele ver como los políticos se reparten los beneficios de la forma más descarada, sin que la justicia, salvo excepciones, pueda ser aplicada contra ellos, puesto que, como autores de las leyes, los políticos las hacen para garantizar su continuidad e impunidad.
Y nosotros, la gente, la mayoría silenciosa, seguimos mirando con impotencia como si fuera una tragicomedia, una cruel obra de teatro que nos toca transitar y que nos lleva con frecuencia, a sentirnos avergonzados de ser ecuatorianos.
Como aval ofrezco la autenticidad de un viejo que nunca hipotecó sus principios, siempre puso amor y energía positiva en cada tarea, en cada campaña.
De alguna forma, con el humor como analgésico, he podido mantener mis sueños intactos, para seguir proponiendo utopías, para seguir creyendo en la política como la construcción de un proyecto colectivo, un sueño compartido.
Creo firmemente que tenemos, ahora más que nunca, que evitar la catástrofe de la polarización, de la batalla campal entre posiciones extremas, la estupidez de resolver la política en los doscientos ochenta caracteres del Twitter.
Hay que ganarles el juego a quienes quieren seguir imponiendo la vieja política, que solo nos llevan a repetir fracasos, a caminar en círculos. Los tiburones nunca pudieron con los delfines, así que lo que propongo es perfectamente posible.
Hay que volver al debate, a la búsqueda de acuerdos, a la creatividad y la cordura como motores de la construcción política.
“Convoco a la mayoría silenciosa. Ese grupo de gente de bien, que estudia, trabaja, educa a sus hijos y que quiere dejarles un mundo mejor. Solo si nos activamos, si trabajamos en una construcción cívica, positiva, es posible cambiar esta tendencia a populismos de ambos extremos: Bolsonaro, Trump, Correa o Maduro. Si estas ideas abren un debate amplio, si contribuyen a despertar sueños, a levantar la vocación política en un puñado de jóvenes del continente, habré cumplido el objetivo: pensar y hacer política con P Mayúscula”.