Crecí en una generación que vivió cambios políticos y tecnológicos como nunca antes. De la radio en los 50s, la TV a color en los 70s-, la compu en los 80s-, el internet en los 90s, el iPhone en el 2007; Facebook, Twitter, Instagram y ahora TikTok. De la edad de piedra a la hipercomunicación.

Escuché con mi madre a través de la radio la crisis de los misiles nucleares que Krushchev enviaba a Cuba a bordo de barcos de la armada soviética en 1962, con destructores de la armada gringa esperándo en el Caribe. Nos hacían rezar, porque “se iba a acabar el mundo”.
Krushchev ordenó el regreso, así que gracias a él, a Kennedy y a las oraciones de mamá sigo aquí!

Desde el primer debate por TV, luego la era de los spots, donde me anoté goles importantes, hasta la tragedia posmoderna: ver la estúpida política por twitter de Bolsonaro y Trump: insultan, mientien, niegan la realidad; la polarización como política de estado.
Que decir de los precandidatos presidenciales en Ecuador. Empute, dolor, vergüenza.
Este tránsito, la película restrospectiva que veo en mi cabeza, me lleva plantear una propuesta dirigida a las nuevas generaciones:
Es tiempo de que asuman su rol histórico.
En los setentas y ochentas, cuando retornamos a la democracia, la juventud jugó un rol protagónico. Activismo, militancia,debate,nuevos liderazgos: Roldós, Borja, Mahuad, Nebot, Bucaram, para mencionar algunos. Ellos escribieron, para bien o para mal, páginas de nuestra historia.
Ahora, los millennials y centennials están muy distantes de la política. No les interesa en lo más mínimo. Si no hay interés, no hay forma de construir un proyecto, de generar nuevos liderazgos, de trabajar en soluciones para salir de la crisis.
En esa línea de tomar la vida en joda, en los últimos días, han dedicado a “Alvarito” una colección de memes y burlas que han hecho tendencia y generado una sensación de que va en alza. “Los memes le ayudan a crecer”, me decía un amigo, un gran experto en redes sociales.
Por ahí aparece Lasso y dice que no se puede jugar al “quechuchismo”, quizás preocupado por el crecimiento de Alvarito.
Detrás del éxito aparente del uno, basado en superficialidades y de la reacción desmedida del otro, hay una realidad: los jóvenes no se sienten atraídos por ninguno de los que aparecen como posibles presidenciables.
“Ninguno nos representa”, es la respuesta que se repite entre los más jóvenes. Al hacerlo, muestran su profundo descontento con la política y los políticos.
Tienen razón al decir que ninguno les representa.
Ninguno les va a representar tampoco. Los precandidatos que aparecen en el escenario solo entienden la parte superficial de la cultura millennial y centennial: las fotos para el Twitter, la biela, pasear al perrito. No son capaces de entender las nuevas lógicas: economía colaborativa, uso intensivo de tecnologías, inteligencia artificial, la búsqueda de identidad en un mundo globalizado, la defensa de derechos, la preocupación por el planeta y su propia supervivencia, etc.

Incluso algún gurú exitoso afirma que, como la gente no está lejos del chimpancé, la cuestión es hacer cosas llamativas, sin importar lo estúpidas que sean: sentar al perro del presidente en el sillón de palacio, que el candidato salte un bache en la calle, esa es la “posmodernidad” política: buscar la forma más fácil de “generar conversación” en el Facebook. Que triste forma de subestimar a la generación mejor formada de la historia.
Visto así, es una generación perdida para la política.
No, por favor. Los jóvenes no son estúpidos.
Solo que hay una grieta entre su forma de ver la vida y la estructura mental de los candidatos, una profunda brecha generacional. Esto incluye algunos candidatos jóvenes de edad, pero que proponen campañas que replican el estilo vintage.
Desde mi punto de vista, hay una sola solución: que las nuevas generaciones asuman su rol histórico, porque son precisamente ellas las que van a pagar la factura de esta crisis igualmente histórica. Y porque la crisis es de tal dimensión que las soluciones vienen de la innovación, la creatividad, la capacidad de reinventarse.
Quiénes tienen entre 16 y 35/40 años tienen un reto sin precedentes. Encontrar soluciones políticas a un paquete de problemas complejísimos, en un contexto de crisis económica, sanitaria, ética, fragmentacion social, hipercomunicación, dispersión y en el caso latinoamericano, falta de motivación.
Andrés Oppenheimer escribió en el Miami Herald un artículo llamado “El Déficit Motivacional de América Latina”. Allí cuenta el caso de Walter Carr, un joven de 20 años de Alabama, cuyo auto de averió la noche anterior a empezar un nuevo trabajo.
Walter estaba caminando durante toda la noche para cubrir las 20 millas que le separaban de Pelham, cuando a la madrugada, dos policías le encontraron descansando en la vereda y le llevaron hasta su nuevo empleo. La señora donde él iba a trabajar subió al Facebook la historia que luego de viralizarse, hizo que un empresario regale un auto a Carr.

En Latinoamérica necesitamos jóvenes como Walter Carr. Motivados, dispuestos a poner todo su talento y energía, con el valor que este momento necesita.
Tenemos que atraer a los jóvenes a la política.
Ecuador tiene ahora la generación mejor formada de la historia, en medio de la peor crisis en muchas décadas.
Nuestros jóvenes son el activo más importante para salir de esta crisis.
Es tiempo de que millennials y centennials se pongan el país al hombro. A trabajar 24/7 en la reconstrucción que el país necesita.
Es tiempo de que ellos escriban los próximos capítulos de la historia.