Latinoamérica: “LOS DE ARRIBA Y LOS DE ABAJO”.

Hace años, una serie inglesa narraba la vida de la familia de un político inglés – Los de Arriba -, y la gente de servicio de esa familia –Los de Abajo-.
El nombre describe muy bien la realidad económica, política y social de Latinoamérica.
En Julio de 1998, después de ganar la campaña presidencial con Jamil Mahuad, fui a varias ciudades a dar charlas, entre ellas a Caracas. Subimos a almorzar a la terraza del edificio ubicado en Chacao, el centro financiero de la ciudad.
Allí, entre varios frascos de whisky etiqueta negra, mirábamos las lomas que rodean la capital venezolana, llenas de “ranchos”, como ellos llamaban a los barrios de pobreza extrema, donde habitaban más de dos millones de personas sin alcantarillado, agua potable, caminos ni transporte público.
Paupérrimos, excluidos, marginados de toda posibilidad de desarrollo humano.
Les pregunté si no les daba miedo que un día bajen a reclamar sus derechos;
me miraron asombrados y siguieron chupando.
Bueno, al año siguiente bajaron, liderados por Hugo Chávez. Lo demás es historia.
Favelas, villas miseria, guasmos, ranchos, distintos términos en ese lunfardo de la pobreza que los latinos hemos acuñado para bautizar a ese fenómeno vergonzoso e inaceptable que es parte de nuestra vida cotidiana.
Latinoamérica no se define entre izquierda y derecha, sino entre “los de arriba y los de abajo”. Los que comemos tres veces al día, tenemos internet de alta velocidad, smart phones, educamos a los hijos en escuelas y universidades privadas, nos vestimos con ropa de marca, tenemos medicina prepagada, viajamos a Miami. “Upstairs”.
Abajo están los que viven en barrios distantes,muchos de ellos sin servicios básicos, que tienen que levantarse a las 4 am para viajar horas en buses o trenes de mala calidad, con dificultades serias para “llegar a fin de mes”; los que que comen mal una o con suerte dos veces al día, viven hacinados, mientras se debaten entre el microtráfico, la delincuencia, la violencia de la desigualdad. “Downstairs”.
En Argentina, en el “conurbano” de Buenos Aires, hay 1.400 barrios “carenciados” como les llaman ellos, donde no más del 10% tienen agua y alcantarillado. A poquísimos kilómetros de Recoleta, Patio Bullrich, el Teatro Colón y toda esa opulencia porteña maravillosa, pero que sí uno reflexiona un momento, sí contrasta los dos mundos, resulta grosera, profundamente inhumana.
Allí esta el mercado del populismo. Si uno mira la estructura de los partidos, los contenidos de sus propuestas políticas, se encuentra de un lado con modelos liberales copiados casi sin cambios del hemisferio norte: neoloberalismo a la vena. Incluyen subsidios, comedores populares, redes de protección social, formas solidarias de validar y mantener la división.
Y del otro, con proyectos populistas: clientelares, demagógicos, con buenos discursos ideológicos y con una ventaja: la bronca de ser pobre moviliza. Son remakes de la lucha de clases de los setentas.
En México, AMLO, como curiosamente llaman a su presidente, subió el salario mínimo que ahora, en el 2020, es de 123 pesos / día. Algo más de 5 dólares por día, 150 dólares / mes.
En Ecuador, ahora mismo, un economista asesor del “gobierno de todos” dijo, suelto de huesos, que el problema del país son los salarios muy altos, porque acá el mínimo es de 400 dólares/mes. No hay que bajar el gasto público, ni reducir privilegios impositivos de grandes grupos. No hay que tratar de recuperar los dineros robados, ni proponer leyes que frenen la pandemia de corrupción. No, hay que bajar el sueldo al trabajador. Ese es el gran problema nacional, que la gente gane suficiente para comer.
En Estados Unidos, el salario mínimo federal es de $ 7,25 por hora. Pero casi nadie gana eso, el mínimo real esta en 10, 12 dólares /hora. Son como 1.500 dólares por mes. Una familia es pobre si gana menos de 20.000 dólares al año aproximadamente, porque este valor cambia según el estado y su costo de vida.
Con ese ingreso, como 1.500 dólares /mes, en Latinoamérica estaría en clase media.
En resumen, un mexicano gana en un día lo que un norteamericano gana en una hora. En promedio, es diez a uno. Mientras eso pase, seguirán buscando como cruzar la frontera. Peores cuadros se ven en Honduras, Guatemala, Nicaragua.
Hay países donde la situación es realmente patética: niños que mueren de hambre en las provincias pobres de Argentina, un país que produce y exporta 140 millones de toneladas de soja en el 2019, esto es, tres toneladas por habitante. Un país que podría alimentar a 300 millones de personas y tiene 45 millones de habitantes.
Allí, en ese paraíso de riqueza, la mitad de los niños viven en la pobreza. Destaco: la mitad de los niños viven en la pobreza.
Desnutridos, sin servicios básicos, condenados a la miseria, ese karma que los latinoamericanos hemos incorporado a la vida como normal.
Diferencias tan visibles como incomprensibles. La villa 31 está a pocas cuadras de la Casa Rosada y Recoleta. La convivencia entre Los de Arriba y Los de Abajo esta allí, en nuestras narices. Lo más triste: que no nos duele.
Un caso que evidencia la profunda división entre “Los de Arriba y Los de Abajo” es Lula Da Silva en Brasil.
Procesado por corrupción, preso hasta hace poco en la cárcel de Curitiba con sentencia de 12 años, mantuvo el primer lugar en las encuestas como posible candidato a la presidencia en las elecciones del 2018. Y ya se está preparando para ser candidato en el 2023.
¿Como es posible que un político al que se le comprueban actos graves de corrupción siga teniendo tan inmenso apoyo popular?
Simple: su gobierno sacó de la pobreza a más de cuarenta millones de brasileños, que siempre fueron excluidos por los gobernantes.
Esa gente, los de abajo, puede matar por Lula. No les importa si robó; creen que le persiguen porque ayuda a los pobres, porque los de arriba se sienten perjudicados por él, porque no reciben los privilegios de siempre. Se identifican con Lula porque estuvo cerca, les dió algo, se preocupó por ellos.
Algo semejante pasa con Rafael Correa en Ecuador. Mientras los informados le dan por muerto por la corrupción de su gobierno, la gente humilde dice: “con él estábamos mejor”. Mantiene cerca de un 20% de apoyo duro. Es un fenómeno inédito ver en las encuestas la pregunta por quién votaría y encontrar cómo opción “el candidato de Correa”, que saca como 20% de votos. ¡No importa quien sea, ese grupo de gente vota por el que aparezca en la papeleta. ¡El que Correa diga!
Punto importante: la opinión pública es inversa entre “los de arriba y los de abajo”. Frecuentemente, “los de arriba” culpan de este fenómeno a “los de abajo”, como si ellos fueran autores y culpables de su propia exclusión.Los de arriba se niegan sistemáticamente a ver la realidad, prefieren culpar, forma de pensar tatuada por 400 años de sermones, confesiones y mea culpas.
La “derecha” perdió hace algunas décadas el discurso valórico. Primero, al tomar distancia de la iglesia católica, su aliado tradicional en el discurso de que “más fácil es que un camello pase por el ojo de una aguja, que un rico entre al reino de la cielos”, con el que se promovía la pobreza como valor ético; ser pobre era una virtud, una condición necesaria para la salvación eterna. Ese pacto iglesia estado llegó hasta los setentas con la aparición de teología de la liberación y luego la doctrina social de la iglesia.
La ruptura del pacto le quitó validez ética a la derecha, que nunca se planteó el problema y como replantear. Fue perdiendo espacio en el pensamiento político, porque el argumento neoliberal de “crear empleo” es frío, suena hueco y no construye adhesión. Además es poco creíble, según lo demuestran las cifras de pobreza y marginalidad.
Al perder el discurso ético solo quedó el “neoliberalismo” impulsado por Reagan después de la caída del muro de Berlín.
Un capitalismo despiadado, cruel, que hizo mucho daño a las frágiles democracias latinoamericanas. Tan cruel, que el mismo Banco Mundial tuvo que cambiar de parámetros de medición del desarrollo, acuñando dos conceptos depués del 2000: los “objetivos del milenio” y el “desarrollo humano”. Un cambio no menor.
Hasta ese momento, el desarrollo era medido solo en términos económicos: crecimiento de la economía, del empleo, variables macroeconómicas. Nunca se discutió como quedaban los pobres con los ajustes, con esa brecha entre su incapacidad de generar ingresos suficientes para vivir dignamente, por la falta de educación y la exigencia de pagar servicios, alimentos, combustibles, la vida a precios de mercado. Los subsidios, en su mayoría, terminaron generando mayores distorsiones en la economía y contribuyeron a institucionalizar el clientelismo como forma de hacer política. Tanto, que corregir subsidios se transformó en pecado capital para un gobernante.
Durante los casi treinta años cerca de la política vi tantas veces a presidentes anunciando subidas de combustibles, servicios, impuestos al valor agregado, con el discurso de que “con este esfuerzo el país despega al desarrollo”, que es un “sacrificio necesario para poner en orden las cuentas fiscales”, que “comienza el futuro”.
Y aquí estamos, cuarenta años después del retorno a la democracia, con más o menos el mismo número de pobres. No cambió nada. Temporalmente una porción de la población asciende a la clase media, para volver a caer cuando los excesos de endeudamiento y la corrupción nos pasan factura.
Hay temas más profundos detrás. La población que crece en la pobreza se alimenta muy mal. No tiene atención apropiada de salud en los primeros cinco años de vida. Por tanto no tiene un desarrollo cerebral que le permita llegar a los niveles de abstracción para acceder a las “oportunidades” de “los de arriba”. Suena duro, pero es así.
Se convierten en una carga, un terrible lastre social para nuestros países. En la práctica están condenados a la pobreza, a trabajos muy básicos, con poca o ninguna posibilidad de movilidad social.
Si a esto sumamos una educación pública que está muy lejos de las necesidades de la posmodernidad: conectividad, tecnologías, aprendizaje permanente, es claro que vivimos sociedades que seguirán divididas entre “los de arriba y los de abajo” por mucho tiempo más, a menos que definamos una estrategia seria, de mediano y largo plazo, que trascienda el cortoplacismo de los políticos guiados por la popularidad, que surja de una alianza sólida entre todos los actores de la sociedad. Quizás la nueva generación tome la posta y proponga un modelo nuevo.
Ahora después de COVID19, el escenario latinoamericano es aún más tenebroso, realmente grave.
En informe de Mayo 21 junto con la OIT, la CEPAL estima en 34,7%, 214 millones de pobres; 13% de pobreza extrema: 83 millones de personas que literalmente se mueren de hambre.
Una vez más seremos, el continente más desigual del mundo, realidad en la que somos imbatibles. Los de arriba y los de abajo, así veo yo Latinoamérica y Ecuador.
Y mientras nuestros países sigan conformados por dos grupos sociales separados por la inequidad, con millones de niños pasando hambre, con millones de jóvenes excluidos de toda posibilidad de futuro, el populismo regresará, manipulará a la gente y ganará elecciones con los mismos argumentos: culpar al “imperio”, a las oligarquías locales que le representan, a la partidocracia que hace las leyes para favorecer a los de arriba, a la “prensa corrupta”, vocera de esos, los “poderes fácticos”. Esa suerte de obra teatral que montan pero que tiene impacto en los de abajo: pueblos míticos, mesiánicos, profundamente emocionales e ingenuos, sometidos a la indefensión de la ignorancia.
Junio 5 – 2020.