ENTENDIENDO LA NUEVA POLÍTICA

En la vieja política de los setentas, en el regreso de la democracia en Latinoamérica, los partidos se construyeron con la lógica de “la masa”, ese grupo de seguidores fieles motivados por una ideología, la “doctrina” diseñada por una “mesa chica”, el candidato y un par de panas, a veces con base en principios ideológicos de los partidos de algún país del hemisferio norte o de algún neopopulismo, esa suerte de malabarismo   político en el que los latinoamericanos tenemos mucho expertise. 

La base de sustentación era la “militancia”, los apóstoles de la doctrina que debían vestir los colores del partido, llevar con ellos banderas y hacer esa “pastoral” que era la política en esos tiempos. En realidad, siempre terminaban siendo caudillismos de distintos estilos y colores. 

En general, se movían en el eje izquierda derecha, dentro de la estructura geopolítica de la “guerra fría”, con Estados Unidos y Rusia como los dos modelos, los dos polos de la dicotomía, con tonos y matices: ultraderecha, centro izquierda, etc. 

Esta etapa coincidió con la TV a color, que entró en los setentas también. Curiosamente, los dos primeros países fueron Venezuela y Ecuador. Ya comentaremos algún día  las implicaciones de ese cambio en la comunicación y las consecuencias en la construcción de identidad. 

La TV era el templo de la comunicación política. Los “spots” definían el éxito o fracaso del proyecto. Mi spot “Adam´s” es un ejemplo de la vieja escuela. 

Esta metodología funcionó por un tiempo. Con slogans demagógicos y potentes aparatos de territorio, el Ecuador votó por el “Pan, Techo y Empleo”, de Febres Cordero, “Ahora el Toca al Pueblo” de Borja, “El Hombre que Trabaja” de Sixto y más. 

Como no recibieron ni pan, ni techo ni empleo, le tocó al pueblo lo que siempre le toca: trabajar, duro y parejo.

La verdad es que ya en el poder, ninguno de los gobiernos satisfizo las demandas de la gente que poco  a poco, se fue desencantando de la política, lo que ocasionó que las protagonistas sean sus madres, por la inmensa cantidad de puteadas que la gente les dedica desde hace varios años a esos caballeros llamados políticos.

Pero en este siglo apareció un “boy” llamado Mark Zuckerberg, que desarrolló esto que, Byun Chul Han, el filósofo de la era digital llama la “nueva iglesia”: el Facebook. Y la política cambió para siempre. 

“El Facebook es la nueva iglesia y el like es el amén”, dice Chul Han en su libro “En el Enjambre”.

Allí pasamos horas como giles, poniendo like o compartiendo temas importantísimos. 

Luego vino el Twitter. Entonces el debate político pasó a definirse en ciento cuarenta caracteres. Si, ciento  cuarenta letras, comas y espacios. Generosamente, sus fundadores ampliaron a doscientos ochenta, para así enriquecer la calidad del discurso y el debate. Pero no lo lograron. 

El Twitter se convirtió en una batalla campal de  shitstorms – tormentas de mierda, otro término de Byun CHul Han. Y el troleo, en una profesión rentable. 

Luego llegaron Instagram  y TikTok, este último muy cuestionado por la vinculación con el gobierno chino y el posible espionaje digital; pronto comentamos esto, biopolítica a la vena.  

La masa terminó de desaparecer y fue reemplazada por el enjambre digital.

Los enjambres se mueven de forma informal, sin ninguna dirección definida. Cambian de orientación. No son grupos homogéneos, permanentes. Se mueven por objetivos inmediatos; para putear a alguien por los sobreprecios en un contrato insumos médicos, o por una transferencia a China para comprar pruebas que no sirven, o  la filtración de un chat entre esos “hombres del maletín” que operan entre Carondelet, el Municipio de Quito, la Asamblea, el IESS, empresas privadas.  

También para reírse de los candidatos que aparecen como TerminatorsKissingers y quién sabe que otros personajes.

También se aglutinan por causas, aunque hasta ahora no se ve ningún prospecto capaz de convocar a una movilización cívica, es decir, a ver como nos unimos para hacer lo que deberíamos: ver como salimos adelante después de la triple pandemia, económica, sanitaria y ética. 

 Aquí el  primer principio del gran cambio de la vieja a la nueva política:

El enjambre digital reemplazó a la masa tradicional. 

La comunicación política se movió a las redes sociales. Los políticos contratan “estrategas digitales”, jóvenes que entienden el manejo táctico de las redes y algo conocen del arte de aplaudir a quien les paga. Toman fotos de su líder en el balde de la camioneta, o subiendo por cable para llegar a un apartado lugar y entregar el kit de alimentos. Otros lo hacen  con el alcalde tocando el bombo, bailando con un grupo folclórico o el video de la llegada del avión con las muestras que “salvarán nuestras vidas”.

Con frecuencia, la galería aplaude estos episodios pintorescos mientras trolls pagados con nuestros impuestos se apresuran a subir textos aplaudiendo el “liderazgo”, dar gracias por su “calidad humana”, por ser “el único que se preocupa por nosotros”.

Entender la lógica de los enjambres y definir estrategias para atraer, generar fidelidad y conseguir votos de millennials desinformados, distanciados de la política, es una tarea que requiere herramientas tecnológicas con criterios de uso claros, junto con la capacidad estratégica para microsegmentar, agrupar los votantes en clusters  de afinidad. 

Luego hay que construir mensajes disruptivos sobre temas que les puedan interesar, motivar. Y luego vivir la experiencia prueba y error que son las redes, donde la viralización siempre es una apuesta: un fascinante juego estratégico- creativo. 

Vieja Política= Masa clásica / Militancia, lealtad “religiosa”. 

Nueva Política = Enjambre digital / apoyo coyuntural, sujeto a resultados.

Continuará…

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